domingo, 8 de marzo de 2009

SANANDO MI ALMA



Que estúpido se puede llegar a ser cuando se es adolescente, cuando supones que los menores son niños y los adultos son viejos, cuando la verdad absoluta está únicamente en tu cerebro con una capacidad de razonamiento privilegiada. Cuando la mayoría de las acciones son erradas.
De todos esos errores, la mayoría irreparables, sobresale uno: el distanciamiento con mi padre por mas diez años. Tiempo que, ahora entiendo, no podré recuperar, desperdiciado de mi vida que hoy me enfrenta con la imagen de un hombre maduro, cansado, enfermo pero con mucho amor para sus hijos y muchas ganas de vivir y ver crecer a sus nietos. Culpa que me perseguirá toda mi vida y que entiendo es muy posible que uno de mis hijos me haga pagar.
Cuanto daño nos hizo a los dos, cuantas veces necesité su presencia en mi vida: mi graduación de la universidad, mi boda, el nacimiento de mi primer hijo. Ahora me pregunto cuantas veces le hice falta yo a él, no estuve a su lado el día que murió mi abuelo, ese día en especial mi presencia en el velorio era para “mi viejo” un dolor sumado al luto por la perdida de su padre. Mil veces estuvimos en el mismo evento sin dirigirnos la palabra, bodas, fiestas familiares, velorios… mil veces el se acerco a mi a saludarme, mil veces respondí con un frío “hola” que seguro le ardía en lo mas profundo de su alma.
Tenia 18 años cuando salí de su casa, en la madrugada, escondido como un ratero, dejándole una carta, que sin necesidad de usar malas palabras, resultó ser lo mas grosero que he escrito, lo mas insultante y mas denigrante que puede decírsele a alguien. Misma carta que el guarda y que cuando la leo en su casa, sin que el lo sepa, me hace llorar de vergüenza.
En ese momento era mi verdad, y esa “verdad” vivió en mi alma hasta que mi hijo mayor cumplió dos años, para entonces, yo tenía 29, un titulo universitario, una esposa y un hijo, pero también tenía una gran ausencia, un abismo oscuro que solo mi viejo pudo iluminar con luz. La vida me dio otra oportunidad de tener a mi padre, de ser su hijo de nuevo.
Hoy, el hombre de 69 años, vive en Tlaxcala, yo, de 44 vivo en el sur de Veracruz, nos separan 5 horas de carretera, distancia que mi viejo recorre feliz conduciendo para ver a sus nietos, a su nuera y… a mi, que me ha recibido en su vida, sin reproches, sin preguntas, sin pedir cuentas de mis actos y sin guardar ningún rencor. Hoy me acoge en su vida como al hijo prodigio, el mismo hijo que, parafraseándolo, lo hizo llorar sangre.
Aun hoy, resuelve mis problemas, me aconseja y me apoya en mis decisiones. Que diferente seria mi presente si hubiera aceptado todo lo que el siempre me brindó y que rechacé.
Hoy puedo gritar abiertamente ese reprimido “PAPÁ TE AMO” que escondí debajo de mi orgullo, hoy, soy libre de besarlo y abrazarlo, de disfrutarlo y amarlo, de agradecerle y dedicarle mi vida.
Ahora, con mi cabello, escaso y entrecano, con las marcas del tiempo en mi rostro, puedo estar feliz de tener un físico muy similar al suyo, de portar su nombre y de llevar su sangre.